Disidencias desde el silencio. Reseña de Callar la Protesta. Por Diana Paulina Pérez Palacios

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Es la semana del arte en la Ciudad de México, obras ya conocidas y otras emergentes se muestran en alguna de las ferias más grandes de América Latina: Zona Maco, Material Art Fair y Salón Acme. Por la ciudad de escucha el paso de coleccionistas que buscan entre sus recovecos obras que resulten entre otras cosas una buena inversión y así, en simultáneo a la fanfarria de las ferias, algunas de las galerías alternativas aprovechan la semana para irrumpir lo cosmopolita.

Si el paseante, el coleccionista o el curioso del arte camina hacia los límites del cuadro central del Centro histórico de la ciudad, se encuentra con la Colonia Guerrero. Conocida por ser un espacio simbólico en tanto a contextos culturales y artísticos de la historia de México, fue el lugar donde entre otras personalidades habitó Antonieta Rivas Mercado, mecenas del Arte en el siglo XX; el actor Mario Moreno Cantinflas y, entre otras personalidades populares, Paquita la del Barrio. La Guerrero ahora es una zona marginal, y pongo en contexto al lector porque no sorprende que con la carga cultural de la zona, entre los hoteles de paso improvisados y las ruinas de casas de principios del siglo XX, aparezca inteligentemente una resistencia a la crisis artística y política de México y Venezuela.

Así, desde el emplazamiento urbano, comienza la exposición Callar la protesta, compuesta por once piezas, nueve de artistas venezolanos y dos de mexicanos y curada por el periodista, Maestro en Estudios de Arte e investigador en arte contemporáneo Jesús Torrivilla en coordinación con Julieta Omaña, profesora, escritora y promotora cultural. Ambos, residentes en la Ciudad de México desde hace algunos años, comparten con los artistas exhibidos una inquietud palpable por reconocer en el cuerpo y el espacio una crítica que juega con el término crisis como una propuesta de intervención ante la especificidad del contexto actual. Así, Callar la protesta hace frente a la familiaridad de “esa sensación de que la vida está en riesgo”, encontrando una respuesta en la exhibición de una curaduría que pone como eje una vía crítica-estética de reflexión.

La exhibición está compuesta por imágenes y textos que constelan, es decir, que hacen sentido cuando se les encuentra dialogando una con la otra. La muestra comienza con la obra fotográfica de Nelson Garrido Como explicarle el arte a una liebre muerta la cual sirve como entrada a un espacio que desde el diálogo oculto entre pasado y presente ha determinado una forma de visualización desde “el silencio”. Garrido así entabla un diálogo directo con la obra en video de Ana Navas y por supuesto, con Las Dictadoras de Deborah Castillo, donde todas enuncian el borramiento de los límites geográficos, temporales, históricos y culturales al tiempo de visibilizar una crítica a las formas de performatividad del cuerpo femenino en la tradición del arte.

A su vez, el espacio será también eje principal de la muestra, donde en la serie en video El mayor daño posible de Abraham Ávila el cuerpo se posiciona frente al paisaje y que en diálogo con Broken Nature de María Ángeles Octavio tensionan la fragilidad y rigidez material desdibujando los bordes de lo sensible.

Colgando sobre un par de andamios se muestran las obras de Luis Salazar de la Serie Guerreros y un díptico en “Día” y “Noche” titulado Nuestra señora de Caracas, son estas cuatro las obras que en conjunto con las de Mariana Bunimov enuncian de forma más literal su discurso crítico-político. Un acierto de la museografía fue hacer más evidente dicho planteamiento al extraer de las obras el marco de la tela y el vinil respectivamente, haciendo recordar al espectador aquellas mantas de protesta que se vislumbran en las marchas que salen a las calles de la ciudad. En ese mismo sentido aparece una obra compuesta por el recubrimiento de un sillón emblemático del movimiento moderno extraído de la estructura del mueble e intervenido con pintura, obra que Dulce Gómez propone como parte de la fórmula de transgresión a la tradición artística de la modernidad que en su fragilidad aún pervive.

El discurso del poder, la dominación, el control, la vigilancia, la memoria y la construcción histórica son los protagonistas de la obra de Ángela Bonadies, al igual que en la obra de Luis Poleo, artista que entabla un diálogo con el ensamblaje fotográfico en el que la historia y el monumento son llevados al absurdo; al tiempo, la idea del paisaje toma su lugar nuevamente con la partitura de una composición para tuba y contrabajo, obra de Ling Sepúlveda titulada En todos lados matan gente. Emplazada desde el silencio –o la no performatividad musical- y permitiendo exaltar su cualidad visual, la partitura entablaba a partir, literalmente, de “la tachadura”, una visibilidad del paisaje dibujado desde la silueta o más bien, desde los bordes.

Las obras dibujan claramente una dialéctica entre ellas y forman entre todas una suerte de sentido crítico ante lo que están pasando ambos países representados. Los espectadores provenientes de diversas latitudes no requieren de la literalidad de la frontera, ya que desde la dilución del límite se enuncian como participantes activos de la reflexión. Hacia el final de la noche entre el ron y el mezcal dos mujeres desnudas enmascaradas por las cabezas de Marx y Lenin se besaron en la cajuela de una ambulancia dispuesta en la sala, dos cuerpos en una tensión entre atracción y repudio llevada por el deseo, donde la enunciación del poder provino de lo corpóreo, no de las máscaras. El silencio fue protagonista del performance de Déborah Castillo titulado Beso Fraternal Socialista, donde las caricias y un juego erótico que a veces se tornó violento, sintetizaron como en las demás obras la crisis de una tradición estética y política asentada en el cuerpo. 

Si algo posibilita el acercamiento del espectador a las obras por un lado y la legitimación de las mismas en el planteamiento crítico de la muestra por el otro, es la publicación que la acompaña. En treinta cuartillas escritas por Jesús Torrivilla, Julieta Omaña y Claudia Cavallin Calanche, se instaló el discurso sobre el que se soporta toda la exposición; lejos de ser complementario o de servir de guía, es un objeto más que se posiciona como una obra teórica que termina de redondear la curaduría. Si todas las obras artísticas cuentan con una base crítico-estética de sus propios contextos, es tal vez esta obra la que se emplaza como un dispositivo de crítica a su propia especificidad: la académica y la curatorial; no se trata de un catálogo convencional ni tampoco un texto de sala, los creadores de esta obra la entablan dentro de esta pulsión poética que critica y cuestiona su presente: no sólo el de la obra, sino el del papel del investigador y curador.

Es así como Callar la protesta no resultó en una alternativa a las Ferias de arte que se suscitaron en simultáneo, sino en otra propuesta para ver, pensar y también consumir las obras. Durante cuatro días en “La Fortaleza”, espacio donde guareció la muestra expositiva, los espectadores desdibujaron sus fronteras abriendo un lugar al cuestionamiento de su presente estético-político desde la conformación de una sensibilidad que deviene de la reflexión que la obra ocupa en su espacio: el de la Guerrero, el de México y el de Venezuela.

Artistas participantes:

Abraham Ávila / Ángela Bonadies / Mariana Bunimov/ Déborah Castillo/Nelson Garrido/ Dulce Gómez /María Ángeles Octavio/Ana Navas/Luis Salazar / Ling Sepúlveda/ Luis Poleo

 

Callar la protesta es un proyecto de:

Julieta Omaña Andueza – Coordinadora

Caracas, 1972. Profesora, escritora y promotora cultural. Maestra en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México y Maestra en Literatura Española y Latinoamericana por la Universidad de Miami. Co-autora del libro de cuentos Catorce mujeres que cuentan (México 2017), y autora de la novela Nuestra señora de Caracas (Madrid 2018). Entre sus líneas de investigación e interés están las nuevas propuestas de la literatura contemporánea y artes visuales, en las que se propone una “desnaturalización” de ciertos paradigmas en los conceptos, objetos y situaciones cotidianas. Actualmente reside en Ciudad de México.

Jesús Torrivilla – Curaduría

Caracas, 1989. Periodista, especializado en cultura y arte contemporáneo. Maestro en Artes por la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México, es coautor de El bravo tuky (2015), libro sobre música y cultura juvenil en Caracas. Actualmente es investigador de la Cátedra Desterritorializaciones del poder. Cuerpo, diáspora y exclusión: estética, política y violencia en la modernidad globalizada, de la Universidad IberoamericanaReside en Ciudad de México.

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