Extractos de la tesis de grado
“ALTERNATIVAS DE LEGITIMACIÓN DE ARTISTAS EMERGENTES EN VENEZUELA.
Trabajo especial de grado para optar al título de Licenciado en Artes, mención Artes Plásticas y Museología”
de Eddy Camejo
Las nuevas configuraciones en el rol del artista se han venido gestando y consolidando paulatinamente desde el terreno sociológico. Ya en la década de los 80, Frank Popper en su libro Arte, acción y participación, proponía que el arte debe dejar de ser una estricta creación personal. El artista debe catalizar y coordinar la actividad creadora esbozada en torno a una propuesta artística. Su papel se define frecuentemente por una actividad pluridisciplinar. El artista conserva su especialización en algunos campos, pero su papel principal se refiere a una actividad múltiple que, alternativa o globalmente, puede ser asumida por un organizador o un teórico que termina convirtiéndose en creador. Este nuevo artista puede también definirse como un programador, que valiéndose o no de medios tecnológicos, trata el fenómeno artístico en función de la creatividad del espectador, completándola con una acción o reacción que desencadena nuevos procesos creadores. El nuevo rol del artista, según Popper, se encuentra determinado por la transferencia de responsabilidades hacia el público, generando nuevas formas de creatividad que regularmente desbordan o sobrepasan el marco artístico tradicional.
Continuando en la misma tónica, el investigador José Luis Brea nos explica que la figura del artista es anacrónica, está nutrida por fantasías e imaginarios de otras épocas. Según el autor Quienquiera se sitúe hoy por hoy bajo advocaciones semejantes, cae de lleno en la ingenuidad más culpable o en el cinismo más hipócrita. Para Brea, ya no existen los artistas como tal, así como tampoco existe la figura del autor. La lógica de la circulación de las ideas en las sociedades contemporáneas ha desbordado cualquier idea de autoría. Lo que existe hoy es una nueva forma de producción, en la que el “productor” también se convierte en “producto”. Este nuevo artista no tiene nada que ver con la producción de objetos particulares (aunque muchas veces se valga de estos para llevar a cabo su cometido). Por tanto, ya la obra de arte también desaparece. (El Tercer Umbral, p.120)
Esta producción tiene que ver más con un trabajo y unas prácticas artísticas que pretenden impulsar ciertos efectos circulantes, que pueden ser simbólicos, intensivos, afectivos, de significados, etc. en su público. Ese trabajo inmaterial, intelectual o simbólico, lo que pretende básicamente es la producción de gente como el artista, es decir, producción de personas con características de comportamiento y conductas afines a este. Esa producción, en palabras de Brea es un operador que se introduce con eficacia en algún sistema dado, desestabilizando la ecuación de equilibrio que lo gobierna. No obstante, el autor advierte que tampoco hay que mitificar esta desestabilización, porque es un proceso social común y espontáneo.
Desde el punto de vista del artista Luis Camnitzer, lo que se debería proponer, es la definición de todos los artistas como trabajadores culturales que operan en función distintas posibles comunidades. Estas no son otras más que el mismo público al que se dirigen. Un público que a su vez los define como artistas. Estas comunidades pueden ir desde el barrio en que viven, una comunidad que se arma, una parte del mercado artístico que les aprecie, una clase social, una región socio cultural, el centro hegemónico e incluso la periferia como complejo total. Para el artista, estamos en presencia de una nueva geografía, un sistema de información que permite que un vecindario o pueblo definido por sus integrantes, comparta intereses y se expanda o conecte con otros que tienen intereses similares.
Aunque el poder se siga representando por presencias in situ, este se define por el control de los flujos de información. Por ello, el cambio más radical lo encontraremos no en el artista sino en el público. El público ya no es una masa estática y localizada. Las posibilidades para que el artista defina hoy su público son casi infinitas, pudiendo contactarlos física o virtualmente y manteniendo una comunicación tan íntima como la que lograba el cuadro en la galería. Este contacto está basado por una parte, en el contenido de la obra, y por otra, en precisar a qué público está dirigida. Sin embargo, el artista corre el riesgo de caer en el error de las generaciones pasadas que, al quedar seducidas por la exploración de los nuevos medios, se dejaron definir por estos en vez de permitir evocaciones poéticas que generasen nuevas creaciones. Camnitzer concluye afirmando que la figura real del artista debe continuar estando definida por la misión de expandir el conocimiento.
El artista puede ubicarse en una posición intermedia entre la producción comercial y el valor cultural, deslizándose en ambos extremos sin rozar los bordes. Afina Camnitzer que, al menos en términos utópicos, la figura del artista en el siglo XXI tiene que definirse por la posición que éste toma con respecto a estas situaciones, y por cómo se define a sí mismo en términos de su función social.

Un asunto generacional
Las relaciones entre el artista y su público también las venía describiendo previamente Arnold Hauser. En su texto Sociología del arte 1, el sociólogo nos dice que para que exista un cambio en la Historia del Arte, no son suficientes las intenciones del artista, sino que debe haber un cambio generacional. Hauser nos habla de personalidades históricas generacionales, donde gran parte de la humanidad padece los mismos males que el artista, y este en su obra encuentra consuelo al poder consolar a los demás. La generación Baby Boomer, por ejemplo, fue una generación anti establishment que luchó por los derechos civiles, la causa feminista, los derechos de los homosexuales, los discapacitados, entre otras causas. Una clara representante de esta generación es Marina Abramovic, nació en 1945 y a partir de la década de los 70 inició sus propuestas performanticas en cuyos orígenes había un rechazo al objetualismo. Por otrolado vemos los ejemplos de Andy Wharhol (1928-1987), uno de los artistas más icónicos del pop art; o la pareja Christo (1935) y Jean-Claude (1935-2009), precursores de la instalación y en Land Art, quienes nacieron en una generación previa, denominada la Generación Silenciosa, pero encuentran repercusión y acogida a sus propuestas en los Baby Boomers, Ni hablar entonces de Marcel Duchamp (1887-1968), principal precursor del conceptualismo con sus readymades, incomprendido en su época y cuyas propuestas tiene principal repercusión en esta generación.
Los artistas emergentes, por ser en su mayoría los más jóvenes, pertenecen en la actualidad a la llamada generación Millennial. Por ello, intentaremos aproximarnos a las características de esta interesante generación de la que se recogen múltiples estudios. Un artículo de la revista Times en el 2013 escrito por Joel Stein, describe una cantidad de características que hacen a esta generación especial, y aunque estos datos están basados en Norteamérica, gracias a la globalización, las redes sociales, la exportación de la cultura occidental y la velocidad de los cambios, Stein comenta que los millennials alrededor del mundo son mucho más parecidos que otras generaciones anteriores, incluso los de China, un país donde la tradición familiar es más importante que cualquier individualidad. Fenómenos como el internet, los urbanismos y la política de un solo hijo, han creado a una generación tan segura de sí misma como la occidental.
Stein asegura que después de los Baby Boomers, la generación más fascinante es la millennial. Aunque son revolucionarios, no son una generación antistablisment, como los Baby Boomers (generación que nace entre 1943 y 1960). Sin embargo, están poniendo en jaque a todas las estructuras tradicionales.
Para Stein los millennial no intentan cambiar el establishment, simplemente nacieron sin uno y lo están configurando a su manera. La revolución de la información, a través de la tecnología, ha empoderado a individuos a competir directamente con las grandes organizaciones, por eso vemos a hackers contra corporaciones, bloggers compitiendo directamente con la prensa escrita, terroristas versus naciones estado, youtubers frente a estudios, o diseñadores de aplicaciones disputando con industrias enteras. Y es que han sido principalmente los avances tecnológicos los que han exacerbado el narcisismo y el egoísmo de esta generación. Aunque hay pequeñas discrepancias entre las fechas, se puede decir que esta generación está comprendida entre quienes nacieron en la década de los 80 y el año 2000.
Esta generación es altamente narcisista, egoísta y está obsesionada con la fama. A pesar de ser arrogantes acerca de su lugar en el mundo, son flojos e inmaduros. Los millennials también tienen menor compromiso cívico y participación política que cualquier grupo previo. De lo que sí entienden los millennials es de cómo convertirse ellos mismos en marcas. Utilizan la cantidad de amigos y seguidores en redes sociales como si fueran indicadores comerciales de la venta de su producto (ellos mismos). Recurren a la positividad y la confianza como herramientas, tal como funciona en las ventas. Stein cita al profesor de psicología de la Universidad de Georgia, Keith Campbell ‘La gente se infla como globos en Facebook’. Cuando alguien cuenta sobre sus vacaciones, fiestas y promociones, la respuesta automática es comenzar a embellecer nuestra propia vida para mantenernos a la altura. Comentaba Stein para aquella fecha, que si hacíamos eso bien en Instagram, YouTube y Twitter, nos podíamos convertir en una microcelebridad. Hoy son muchísimos los casos que se pueden citar como ejemplo de esto.

Stein advierte que esta “egolatría” de los millennials es más la continuidad de una tendencia que un quiebre revolucionario de generaciones anteriores. Tienen un rango de opciones de vida mucho más variado que generaciones anteriores. Por ello, muchos posponen el matrimonio y los hijos. En la actualidad existe una mayor diversidad de carreras que incluso hace quince años. Las posibilidades que abrió el internet para conocer personas, incluso internacionalmente, le brinda a los jóvenes oportunidades para no tener que casarse precisamente con alguien de la preparatoria. La esperanza de vida aumenta y la tecnología aúpa a las mujeres a quedar embarazadas después de los cuarenta.
Los millennials son sobremerecedores, consideran que tienen derechos a ejercer altos cargos o posiciones sin un sacrificio previo, no como resultado de una sobreprotección, sino como una adaptación a un mundo de abundancia. Ellos no respetan la autoridad, pero no están resentidos con esta. Por eso, son considerados como los primeros adolescentes que no son rebeldes, pero tampoco reprimidos. Se sienten más seguros de ir tras lo que quieren, aunque para muchos resulte irritante que quieran llevar varios pasos adelante más rápido. Utilizan su personalidad para obtener mejores contratos con las compañías tradicionales a las que se unen. Son una generación que está consciente de lo que busca y lo que quiere, y cuando lo logra va a por más. Para Stein, anteriormente si una persona quería ser escritora, pero no tenía conexiones, su sueño quedaba allí, las generaciones anteriores tenían asimilado que para poder ejercer funciones de poder, debían primero aceptar ser dominados. Los millennials no están de acuerdo con eso. Por eso crean redes entre ellos, conexiones, alianzas, no les preocupa hablar directamente con el director de una compañía y buscan la manera de hacerse escuchar para lograr sus objetivos. El internet es una de sus principales herramientas para lograrlo.
Algo en lo que concuerdan, incluso los psicólogos, es que a pesar de su marcada característica narcisista, los millennials son “chéveres” (nice). Los millennials son mucho más inclusivos, no solo con los homosexuales, los derechos de la mujer y las minorías, sino en todo. En otras palabras, es para ellos difícil hacer una contracultura, cuando no hay cultura; ya no existe (o por lo menos, para la fecha en que se escribió este artículo no se percibía) la situación “nosotros contra ellos”. Stein afirma positivamente de esta generación, que ellos son apasionados y optimistas. Ellos hacen el sistema, tienen un idealismo pragmático, son más maquinadores que soñadores, hackeadores de vida. Su mundo es tan plano que no tienen líderes, por eso no son probables las grandes rebeliones.
Los millennials necesitan la aprobación constante y tienen un miedo enorme a quedarse fuera de algo. Están obsesionados con las celebridades, sin llegar al extremo de idealizarlas. No van a las iglesias aunque creen en Dios, porque no se identifican con las grandes instituciones. Están hambrientos de nuevas experiencias, lo que puede ser más interesante para ellos que los bienes materiales. Son un tanto fríos, reservados y no muy apasionados. Están bien informados pero no actúan en reacción. Son emprendedores y financieramente responsables. Aman sus teléfonos pero odian hablar a través de ellos. Para Stein no sólo son la generación más grandiosa conocida hasta ahora, sino también quizás será el último grupo generacional del que se podrá generalizar fácilmente.
Por Eddy Camejo.

Nota de la editora:
Sobre las imágenes que acompañan el artículo: He decidido acompañar el presente artículo con imágenes de la artista Gala Knorr, artista Vasca quien explora sobre el tema anteriormente mencionado con un nivel de crítica y sarcasmo propios del tiempo en el que vivimos.
Artista: Gala Knorr (1984). Vitoria-Gasteiz (Paíz Vasco)
‘Self Identity is a Bad Visual System’ toma el título del ensayo que Susanne Von Falkenhausen publicó en e-flux journal durante la 56 edición de la Bienal de Venecia. En él comenta que el narcisismo como práctica cultural, produce un efecto en los avances tecnológicos que ha llegado a controlar y dominar nuestra vida como consumidores. A finales de los años ochenta, internet fue considerado como un espacio utópico donde el hombre podría existir y acceder a información de todo tipo con absoluta libertad, donde las grandes corporaciones y políticos no podrían tener ningún control. De este ciberespacio o realidad alternativa idealizada poco queda con la introducción de las redes sociales. Todo uso y contenido que generamos es analizado por sistemas computerizados para seleccionar qué enseñarnos, qué consumir dentro de internet. Nuestra identidad, nuestros gustos y personalidad son objeto de comercio dentro de un espejismo. Simultáneamente las redes sociales tienen un aspecto radical en el que, debido a su accesibilidad, se puede compartir contenido que regularmente no se encontraría en los medios mainstream. Snapchat como red social es intrigante debido a su carácter efímero. Todo lo compartido por sus usuarios desaparece en segundos. Como parte del proyecto la artista decidió ofrecer a usuarios de internet compartir imágenes y vídeos de su experiencia diaria en Snapchat, seleccionando a aquellos con un perfil que rompiera con las normas de género binario, belleza o raza preestablecidas. Self Identity is a Bad Visual System genera nuevas narrativas inclusivas en las que la pintura re-escribe nuestra historia presente.
You must be logged in to post a comment.